Dícese que la historia de este plato, tradicional por tierras alleranas, se remonta al siglo X, tiempos aquellos en los que el pan de escanda reinaba en nuestras mesas, el trigo era poco menos que un lujo, y el maíz, las patatas y las alubias aún crecían por tierras americanas.
Cuéntase también que en días de romería, al amanecer, cuando los mozos abandonaban chigres y tabernas, iban por las casas de las mozas para pedirles, entre canciones, un buen plato de panchón:
«Mocina resaladina,
te pido de corazón,
que me cambies estas flores
por un plato de panchón».
Después, unos y unas, puestos en corro, comían tan agradable manjar entre sones de gaita, broncos golpes de tambor, miradas de ternura y promesas de amores juveniles:
«Mocina coloradina,
asómate a la ventana,
que quisiera ver la luna
en tu cara reflejada».
La escarcha de la mañana, la sidra, el panchón, la luna lunera, las canciones y el sol naciente ponían el resto.
Así se prepara el panchón allerano: Se amasa la harina (de escanda) con agua salada y envuelta la masa en hojas de berza, plágano o castaño, cuece durante siete u ocho horas en los rescoldos del llar. Ya cocida, se desmiga y se rehogan las migas con manteca derretida y se endulza con azúcar o miel.