Es probable que ya en el siglo XVII se usaran patatas en Asturias, bien como forrajes de animales, especialmente cerdos, o como alimento de gentes muy humildes que las cultivaban en las llamadas borronadas o boronadas, tierras y montes comunales aprovechadas por gentes pobres para proveerse de algún cultivo.
Hay autores que personifican en un sargento llanisco, hacia 1810, el primer cultivador de patatas en Asturias y más de uno cita cómo «allá por el año 1817 se leía en los días festivos, al salir de la Misa mayor, una real orden por la que el Gobierno recomendaba a las autoridades locales y a los párrocos aconsejasen la propagación y cultivo de la patata y que, al mismo tiempo, hiciesen desaparecer con sus consejos las infundadas prevenciones que contra ella existían...».
¿Cuáles eran estas prevenciones?
A la patata, en Asturias, dio en llamársela raíz del diablo y, como tal, se la supuso precursora de males para el cuerpo y para el espíritu. Algo había de razón, pues su fruto —las bayas que se forman en la parte aérea— es tóxico; pero las causas consideradas eran muy otras. Antiguamente, y esto por lo menos desde el siglo XIII, el pueblo fiel estaba obligado a pagar «diezmos y primicias a la Iglesia»; por fruto solía entenderse lo que estaba sobre la tierra y como la patata se forma debajo de la tierra no parecía justa la obligación del diezmo.
Prueba de ello es el pleito entablado en 1799 por el párroco de Guimarán, en Carreño, Fernando Álvarez Granda, contra ciertos vecinos «que dieron en sembrar hacía cinco o seis años batatas y se negaban a pagar los diezmos»; situación que volvió a repetirse en 1817.
Año arriba, año abajo, puede decirse que desde 1815 la patata se afianzó en Asturias de forma progresiva y rápida, sustituyendo a las tradicionales fuentes de carbohidratos, como eran los nabos, remolachas y castañas. Hoy, sin lugar a duda, la patata es uno de los alimentos básicos del Principaclo y materia prima de la más exquisita culinaria.