No parece que nadie sepa con certeza de dónde proceden las espinacas. Unos, como Hegi y Marzell, suponen al fabuloso Oriente como la cuna de tan apreciada hortaliza, siendo los árabes sus introductores en Europa y, de rechazo, en Asturias. Para ellos la palabra espinaca (antiguamente, spinarchia y spinachia) deriva del término árabe isfinag. Otros, como Brunfels en 1531, aseguran el origen español de esta planta, a la que en aquellos tiempos se llamó atriplex hispaniensis e hispanam atriplicem porque desde España se llevó a toda Europa. Fuchs, en 1548, la denomina hispanach, de donde deriva el término actual. Y aunque Mattioli, en 1548, la consideraba «hierba nueva», lo cierto es que dos siglos antes Arnau de Vilanova, en el Regimen sanitatis... ya hablaba de ella.
En Asturias era frecuente su cultivo (y lo sigue siendo), consumiéndose en guisos y potajes como sustitutivo de berzas. En algunos conventos, quizá por influencia de la cocina catalana, preparaban los panadones, a base de espinacas, piñones y pasas.