He aquí otro ejemplo de dulcería popular que guarda estrecha relación con la culinaria conventual y con el intercambio de gentes de otras tierras.
En La lozana andaluza, obra del siglo XVI escrita por Francisco Delicado, muestra la protagonista su destreza en el arte de bien cocinar, donde no faltan «hojuelas, pestiños, rosquillas de alfajor, hojaldres y hormigos torcidos con aceite». Las fórmulas para preparar esta dulcería se repiten casi indefectiblemente en todos los recetarios conventuales y populares de las zonas castellanoleonesas, castellanomanchegas, extremeñas y andaluzas. Es de suponer que los formigos llegaron a Asturias como consecuencia del nomadismo y de la trashumancia de las gentes asturianas hacia aquellas tierras de la Península.
Los formigos, en realidad, son unas torrijas a lo sencillo. Las fórmulas más usuales aconsejan utilizar rebanadas (de ahí el nombre de rabadas) de pan duro o asentado que se rebozan en huevo batido y fríen en manteca o aceite muy caliente hasta que doren; después se envuelven en azúcar y miel y reposan tapadas durante un cierto tiempo para conseguir una edulcoración más homogénea.