Judíos, visigodos y árabes

Gastronomía de paisaje
Cocina de paisaje
Asturias

No parece que exista documentación precisa para fijar con exactitud la presencia judía en tierras hispanas. Hay autores que datan la fecha en épocas de Nabucodonosor, aunque lo más probable es que haya que referirla al año 70 de nuestra era, cuando la destrucción de Jerusalén por Tito. Posiblemente hayan existido comunidades judías perfectamente asentadas en España a partir del siglo II, notándose su influencia a partir del siglo V, en tiempos ya de la monarquía visigótica.

Desde su entrada en España el pueblo judío alternó momentos de tolerancia con situaciones de rechazo; tan pronto gozaban de claro prestigio como pasaban a ser acusados de minar los fundamentos del Estado y de la Iglesia. El III Concilio de Toledo, por ejemplo, fue terriblemente duro contra ellos, así como las disposiciones dictadas en tiempos de Sisebuto, Sisenando, Recesvinto y Egica. En cambio, Witerico, Suintila y especialmente Witiza aliviaron sensiblemente su situación. Se desconoce también cuándo llegaron los judíos a Asturias, que algunos estudiosos cifran en los finales del siglo XI o a comienzos del XII. Pero al existir documentación que demuestra la existencia de poblamientos judíos por tierras de León, en límite con Asturias, anteriores al siglo IX, se sospecha (aunque con muchas dudas) que en el Principado hayan existido pequeños núcleos judíos, muy diseminados, durante el período visigótico. Núcleos que buscaban en valles y montes el amparo necesario para escapar de la siempre permanente persecución.

Los visigodos rigen los destinos hispanos desde el siglo V hasta el VIII, cuando en el año 711 los árabes invaden la península Ibérica y mantienen su presencia en ella hasta bien entrado el siglo XV. Como es lógico, las costumbres y culturas judía, visigoda y árabe hubieron de dejar su huella en la alimentación asturiana.

La alimentación judía, rigurosa y estrictamente regida por lo dispuesto en el Antiguo Testamento, concretamente en el Libro del Levítico, posee unas normas enormemente restrictivas respecto a las materias primas (alimentos puros e impuros), a su forma de condimentación e, incluso, a las fechas de consumo. Liebres, conejos y cerdos son alimentos prohibidos, al igual que aquellos peces (marinos o fluviales) que no tengan aletas ni escamas, así como ciertas aves (águila, milano, buitre, lechuza, cisne, pelícano, garza, cigüeña...), insectos y reptiles (lagarto, tortuga...).

Los visigodos, quizá el más romanizado de los pueblos invasores, adoptaron un sistema alimenticio muy parecido al romano: gran estima de carnes (cerdo y caza); menos interés por el pescado; uso amplio de aceite de oliva y de las especies y enorme aprecio de las dulcerías (ej. gachas —farrapes— con miel; tortitas de harina fritas endulzadas con miel —frixuelos—, etc.) y de las bebidas alcohólicas (vino, sidra, hidromiel, oximiel, rhodomeli, etc.).

Y por fin, los árabes. Una civilización muy culta, tolerante y enormemente dulcera; gran conocedora de los estudiosos griegos y divulgadora de sus enseñanzas. El dominio árabe permitió una modernización de la agricultura y la importación de especies desconocidas en la Península: higueras, almendros, grandos, cítricos, albaricoques, arroz, caña de azúcar; fomentó la actividad dulcera (tartas, arroz con leche, caramelos o kurath-al-mil, mazapanes o mauthba-pan...) e introdujo en la Península el arte de la destilación para la obtención del alcohol (alcohol = lo más sublime). Respecto a las carnes, el Corán prohíbe las de cerdo, las de animales muertos y la sangre.

He aquí, pues, los perfiles que definen la más antigua cocina de Asturias; una cocina mezcla de culturas y en permanente evolución para adaptar sus materias primas a los hechos y modas culinarias de quienes asentaron en nuestro solar. La Reconquista y la expansión de la Monarquía asturiana marcarán nuevos rumbos culinarios que se detallarán más adelante.