Parece muy difícil precisar la época de habitación humana en el suelo astur aunque las condiciones climáticas y la existencia de flora y fauna necesaria para el normal desarrollo de una población ya se daban en las postreras etapas interglaciares, aproximadamente medio millón de años antes de Cristo. Toda una serie de hallazgos de piedras elaboradas (hachas, machetas, mazos...) apuntan «hacia una humanidad asturiana abbevillense o, cuando menos, achelense». Respecto a hallazgos de restos humanos, propiamente dichos, podría colegirse que «el asturiano más antiguo hasta ahora encontrado (Cueva de los Azules, Cangas de Onís) corresponde a la época aziliense con una data aproximada de unos 7.500 años antes de Cristo». Los más modernos estudios parecen asignar la época mesolítica o protoneolítica a una notable presencia humana en nuestra región.
¿Cómo se alimentaban aquellos primitivos pobladores?
Dos son los factores que prestan ayuda en la búsqueda de la respuesta:
- En primer lugar, la especialización de las manos en la captación de aquellos productos que suponían comestibles. Manos diestras para la consecución de alimentos lo más variados posibles (siempre dentro de la zona próxima a la habitación-cueva), agradables al paladar y exentos de toxocidad.
Multitud de restos-guía encontrados en cuevas habitadas en su día por gentes prehistóricas —los famosos concheros— hablan de una alimentación basada en moluscos marinos, si la cueva estaba próxima al mar, y en vegetales. Se trataría, pues, de una alimentación crudívora y básicamente vegetariana.
Una mayor especialización manual conduciría a un perfeccionamiento en la fabricación de instrumentos, circunstancias que facilitaría las labores de caza y una incipiente agricultura, con los consiguientes cambios alimentarios que esto conlleva. - El segundo factor corresponde al descubrimiento del fuego. Este hecho permitió a la humanidad primitiva el trabajo de los metales (fabricación de hachas, cuchillos, lanzas, etc.) y la cocción de los alimentos, mejorando así su sabor y permitiendo una mejor conservación de los mismos.
Por otra parte, «el paso de una laboriosa masticación de vegetales crudos a una mucho más suave de alimentos sometidos a la acción del fuego, aceleró en los homínidos la disminución del tamaño de sus mandíbulas y, de rechazo, el desplazamiento de los ojos hacia la frente. La consiguiente visión estereoscópica iba a sumarse a la destreza manual para favorecer aún más la exploración del entorno en búsqueda de comida y en la preparación de los alimentos conseguidos».
Las pinturas rupestres —esos cines del paleolítico, que decía Juan Antonio Cabezas— de la práctica totalidad de las cuevas asturianas (San Román de Candamo, Tito Bustillo, etc.) muestran escenas de caza en las que ciervos, caballos, toros, etc. bien podrían ser la base alimentaria de sus primitivos pobladores.
¿Y cómo cocinaban aquellas gentes primitivas?
No hay respuesta cierta a esta pregunta, pero si es cierto —y así parece demostrado— que los primeros objetos de barro que fabricó el hombre no tenían un destino culinario, se concluye que el asado, utilizando piedras calcinadas a modo de rudimentarias parrillas, fue la primera técnica de destino del fuego al tratamiento de alimentos.
La cocción en vasijas de barro o en recipientes metálicos sea posiblemente muy posterior a la preparación de asados.