La tierra define a las personas que la habitan; tiema y gentes, en perfecta simbiosis, uniendo permanentemente sus aconteceres y sometidas ambas al continuo dinamismo evolutivo, crean una historia de cultura (religiosa, literaria, artística, gastronómica...) delimitada por unos parámetros muy concretos.
Se decía antes que la cocina asturiana es individual y localista. Es cierto; pero precisamente en función de esa otra faceta de aventura que tiene la asturianía, la cocina regional no es una «cocina cerrada», sino abierta a todas aquellas innovaciones que, ayer y hoy, procedentes de otras tierras y de otras culturas hayan influido o podido influir en ella.
Dice Vilabella que «Asturias es una isla rodeada de tierra por todas partes menos por una que la une a Inglaterra, a las Américas y a todos los emigrantes que por el mar se han ido».
Quizá por eso, concluye el citado autor, «la brutal cocina asturiana es, tal vez, la más medieval, fuerte, bravía, honesta y noble de las cocinas regionales españolas».
Posiblemente se deba considerar a Asturias —paréntesis de belleza entre mar y montaña— con cierto carácter de aislamiento, pero nunca de hermetismo o, como se dice en Física, de «sistema aislado». Ahí está su historia culinaria que, desgranada capítulo a capítulo, demostrará ese enorme trasvase cultural antes apuntado.