El color amarronado del caparazón, cubierto con finísimo vello que les da un aire aterciopelado, hace inconfundible a este riquísimo crustáceo —Liocarcinus puber— que los asturianos llamamos andarica y los castellanos, nécora. Dícese que el nombre le viene de anda rica debido, quizá, a su graciosa manera de moverse, a su grato sabor... o al precio que alcanza en el mercado.
Debido a su alta demanda se importan ejemplares procedentes de otros países europeos y norteafricanos. En general, son de bastante buena calidad y se diferencian mal de los autóctonos.
Igual que en el caso de los centollos, suele aconsejarse consumirlas tal cual; es decir, cocidas en agua con sal y aromatizadas con un poco de laurel. La nueva cocina ha puesto de moda la crema de andariques, los guisos de fabes con andariques, etc.