El castaño

Gastronomía de paisaje
Cocina de paisaje
Asturias

El castaño (Castanea sativa Miller) es árbol de antiquísima historia asturiana, que algunos remontan a tiempos prehistóricos. Otros le suponen un origen asiático, pasando a Grecia en tiempos del siglo V a. de C., posteriormente a Italia y finalmente al resto de Europa unos siglos más tarde.

Andrés de Laguna, al referirse a las castañas, las cataloga en estos términos:

«Las castañas dan al cuerpo más nutrimiento que ningún otro fructo salvaje; pero engendran ventosidades, hinchan y restriñen el vientre, digiérense con dificultad, provocan el apetito venéreo y, comiéndose en cuantidad, hacen dolor de cabeza».

Las primeras castañas que se recogen son las que caen de los árboles, tiradas por el viento del otoño (vientu les castañes). Después, ya entrada la estación, habrá que dimirlas (o dumirlas) con el fin de efectuar una verdadera recolección.

El dimidor o dumidor (vareador), en lo alto del árbol y provisto de una vara larga (pértiga), golpea las ramas para que los frutos caigan al suelo. Si bajo el árbol se encuentra la moza de sus deseos, le cantará a sones de pértiga:

«Les castañes son castañes,
los oricios son oricios;
los ojinos de tu cara
para mí fueron hechizos».

Los erizos, o cáscara externa protectora, se cogían con una vara aplanada y doblada, a modo de pinzas; después se abrían y extraía el fruto para llevarlo al hórreo o al desván, una vez seco, o para depositarlo en el sardu, sobre el llar. En otros casos los erizos, sin desgranar, se apilaban almacenados en pequeños corrales de piedra (cuerria) hechos en los propios castañedos en espera de sazón del fruto para ser desgranado (esvillado o esvilláu) y escogido.

Así lo narraba Juan María Acebal y Gutiérrez (Oviedo, 1815-1895) en su poema Cantar y más cantar:

«... Y canta al xurrascar los castañales,
que tienen los oricios boca abierta;
y después de demelos, al xuntales,
pa qu'ablanden los pinchos ena cuerra».

En cuanto al poder nutritivo de las castañas y a sus efectos medicinales, basta recordar lo escrito el 16 de julio de 1767, N.° XXIX del Semanario Económico editado en Madrid por Pedro Araus:

«Las castañas son de grande mantenimiento, y sustancia, y dan grande fuerza, y aún en muchas partes (como en El Definado) hacen de ellas pan, secándolas y moliéndolas con trigo, y su harina es muy sabrosa, y comida por la mañana restriñe el vientre. Se guardan muy bien al humo en zarzos, y si comen muchas de ellas engendran humores gruesos y melancólicos, y opilan las venas. Asadas se ponen muy blandas y pierden la malicia que tienen; son igualmente buenas para acabar de comer porque sientan, y reposan, el estómago, y ayudan a digerir, y orinar, y confortan el vientre. Si se comen con miel y asadas son de buena digestión... Las cáscaras, o cascarilla de adentro, cocidas con agua de lluvia o de fuente hasta consumir la tercera parte, si de dicha agua se bebe, restriñe el fluxo del vientre».