Las materias primas

Gastronomía de paisaje
Cocina de paisaje
Asturias

El descubrimiento de pinturas rupestres en la cueva de la Covaciella (Arenas de Cabrales), que posiblemente pertenezcan al periodo magdaleniense, complementa aún más ese caudal de historia que informa sobre la vida y alimentación del asturiano primitivo. Magín Berenguer Alonso, uno de los estudiosos asturianos más versado en temas de prehistoria, al hablar de la riqueza de los campos y de los montes de Asturias en relación con los hábitos nutricios de aquellas gentes primeras se expresa en estos términos:

«En la actual tierra de Asturias había bisontes, caballos de varias razas, una de ellas parecida a los actuales asturcones. El ciervo debía ser muy abundante, y también había cabras, uros, urogallos y, en épocas muy frías, hasta renos. También comían salmónidos (casi siempre tenían ríos cerca) y en las paredes de la cueva del Pindal hay representado un pez ligeramente parecido a un túnido. También comían determinadas raíces, así como miel y fruta. Es de suponer que en Asturias eran abundantes los bosques de castaños, nogales o robles, y árboles de hoja perenne... El hombre del Paleolítico usaba una dieta variada; una dieta con salmón, cabra, miel, urogallo, bisonte, raíces y frutas del bosque».

Esta opinión, que confirma aún más la hipótesis ya expuesta, corrobora asimismo una realidad pasada, hoy vivida en tiempos de resente: la riqueza de los montes asturianos, manifestada en abundancia de pastos para animales de montaña, refugio y morada para especies de caza y despensa permanente para las gentes que en ellos asientan su vida.

Dando un salto en la historia, y centrando la atención en las ordenanzas reales que para el gobierno del Principado de Asturias redactó el licenciado Duarte de Acuña, en 1594, en nombre del rey:

«Y por quanto la pesca y caça generalmente está prohibida en los meses y tiempos vedados, conforme a las Pragmáticas que cerca dello hablan, y porque en ese dicho Principado en algunas partes del cessa lo dispuesto por las dichas pragmáticas y no se pueden executar ni guardar por ser tantos los ríos que tiene donde se crían diversidades de pescados... y ansí mesmo ay muchos montes donde se crían muchas perdices, que lo uno y lo otro es sustento para los pobres... permitimos y damos licencia para que en los montes dese dicho Principado puedan caçar perdices con perdigón y con qualquier género de armadixo; y por ello no sean denunciados, vejados ni molestados los que los cazaren sin embargo de la dicha pragmática que en quanto a esto la derogamos, con que no sea con tiro de pólvora, en tiempo de la cría y meses vedados».

Bruno Fernández Cepeda, tantas veces citado ya, canta en este tenor:

«Y d'animales de caza
hay la lliebre en cualquier matu,
la perdiz en cualquier bardia,
l'arcea en cualquier regón,
el tordu en cualquier rimada,
la corniz en cualquier sucu
la torcaz en cualquier rama,
el glayu en cualquier camín
y el picu en cualquier furaca.

Si ye de caza mayor,
en cualquier fondigonada
hay xabalinos tan grandes
que puestos ena palanca
apuxen por sostenelos
homes de buena puxanza.

Del robezu, más gustosa
y segura ye la caza:
pe los cerros y les sierres
e nes pigurutes anda,
y lixeru como'l vientu,
sin tocar el suelu, salta.

Non falten llobos y corcios,
y otra muncha cafarnaya
de venados y llebratos
que los eros nos abrasan».

El padre Luis Alfonso de Carvallo (siglos XVI-XVII) tampoco es parco en su relato:

«En todos los tiempos ha sido, no solamente de exercicio, y entretenimiento, sino también de gran provecho para el sustento del hombre, la caça de las aves, y fieras, y la pesca de los pezes; esto pudo también aficionar a los habitadores de las tierras que residiesen en esta, y dexasen en ella pobladores, pues se hallan en ella Ossos, Iavalies, y Venados de linda carne... y por las rocas más altas Labecerras, que comunmente llaman Rebeços... Ay también muchas Perdizes, y Palomas, y en algunas partes Faysanes, y Lavancos, Garças y otras muchas diferencias de Aves, y Páxaros».

Muchos son los documentos que testimonian la importancia que tuvo la caza en Asturias, manifestada en donaciones y concesiones de cotos. En una donación al monasterio de Corias, con data del año 1100, se citan expresamente seis canes sabuesos y diez venablos con sus bocinas; en la Carta de venta de la Villa de Pajares, hecha por Pedro de Escalante al almirante de Castilla Alonso Enríquez (año de 1423) y en el Auto sobre que fueren para el Rey los conejos del Coto de Pajares (año de 1642) se demuestra claramente la riqueza cinegética asturiana.

Esta invitación a la caza que brindan los montes asturianos fue atendida, una y otra vez, por gentes cle toda estirpe y condición. En Sotres (Cabrales) estuvo en 1881 el rey Alfonso XII con su hermana la infanta Isabel, la Chata, para participar en una jornada de caza en compañía del general Terrero y del Dr. Camisón; repitió después en 1882 con su cuadro militar, matando en esta ocasión 21 rebecos; y en 1905, Alfonso XIII siguió el ejemplo de su augusto padre... Constantino Cabal regala el recuerdo de aquellos afamados cazadores de osos que hubo en Asturias: Xuanón de Cabañaquinta («carne de roble y músculo de acero»); José González, el cazador de Caliao, que era de Caso; Francisco Garrido Flórez, de Somiedo; Juan de Tarna, Francisco Hortal, Luis Faes, Luis de Llanos, Domingo Valiente...

Al lado de esta abundancia cinegética, hoy en regresión en muchas de sus posibilidades, no debe olvidarse esa otra faceta que supone la montaña para los asturianos: su medio de vida.

Allí, entre roquedos y praderíos, hay garantía de pastos y de aguas, alimento y refugio para ganado cabrío, lanar y vacuno. Duro trabajo de campesinado en condiciones, muchas veces, de muy difícil superación.

Basta, como testimonio, lo manifestado recientemente por Víctor Suero, artesano del queso de Gamonedo, propietario de 20 vacas y 120 ovejas por los montes de Gamonedo de Cangas: «Me he quedado porque no hay dónde ir, pero es muy duro. Nadie quiere vivir en montaña ni doblarse cuatro horas cada día todos los días del año ordeñando ovejas». Desesperanza que confirmaba Rosendo Asprón, quesero artesano de Bobia (Onís): «Esto es demasiado esclavo y se acabará pronto».